
Sobre la calle Batalla de Salta al 500, cerca de la calle San martín, una puerta de hierro forjado se alza como preámbulo de mágicos andares. Tras ella, una casa de más de cien años es el escenario donde se anida el tiempo.
El patio principal, de baldosas pisadas y grises, da paso a grandes habitaciones de techos altos y de historias que se resisten al olvido. El garaje, sobre la derecha de aquella particular geografía, apila cajas viejas con revistas aún más viejas, fotos, y el recuerdo de un Ford A blanco que pudo escucharse rugir durante años en la ciudad de Mercedes, en la provincia de Corrientes.
El sol aún no ha salido, es temprano; pero Don José Antonio Ansóla está levantado desde las 5:30. Después de matear un rato en su cocina a leña rezará el rosario. Siempre reza el rosario a la misma hora, y bendice todos los días a sus nietos y bisnietos.
A media mañana encenderá con una braza el primero de los dos cigarros que fuma diariamente. Sentado en una silla bajo aquella puerta, pasará las horas en medio de los abatares del mundo y de las moscas. Con sus noventa años, Don José sabe que el tiempo es una variable mentirosa. -Él es un viejo caprichoso- dice al pasar una vecina que quizás haya sido su amante.
Al mediodía comerá algo sencillo y se entregará al silencio de la siesta. Como en tantos lugares, la siesta en Mercedes más que un hábito es una relación de pertenencia. Ya sobre la tarde, se dará de lleno a la charla con todos aquellos que puedan detener sus cotidianos andares para transitar otros caminos. Don José está lleno de historias, y los comerciantes del lugar saben que Don José siempre les cambia los finales. Por eso ya ni se acercan, y les dejan el privilegiado lugar a los transeúntes. Las historias irán y vendrán, al igual que el tiempo.
Y cuando la luz del día, muerta de sueño, permita la llegada de la noche, noche fría en Mercedes, aquella puerta de hierro forjado se cerrará sin llave, y un viaje subterráneo por la memoria irá acunando a Don José. El tiempo es una variable mentirosa, y Dios lo sabe. Es por eso que jamás juega a los dados. Su terreno es el de las matemáticas y no el del azar. Pero el viejo Ansóla es un viejo pícaro, bicho de bichos. Y entre mate y mate, entre charla y charla, y entre tanta vida, le desordena las cuentas permanentemente.
El patio principal, de baldosas pisadas y grises, da paso a grandes habitaciones de techos altos y de historias que se resisten al olvido. El garaje, sobre la derecha de aquella particular geografía, apila cajas viejas con revistas aún más viejas, fotos, y el recuerdo de un Ford A blanco que pudo escucharse rugir durante años en la ciudad de Mercedes, en la provincia de Corrientes.
El sol aún no ha salido, es temprano; pero Don José Antonio Ansóla está levantado desde las 5:30. Después de matear un rato en su cocina a leña rezará el rosario. Siempre reza el rosario a la misma hora, y bendice todos los días a sus nietos y bisnietos.
A media mañana encenderá con una braza el primero de los dos cigarros que fuma diariamente. Sentado en una silla bajo aquella puerta, pasará las horas en medio de los abatares del mundo y de las moscas. Con sus noventa años, Don José sabe que el tiempo es una variable mentirosa. -Él es un viejo caprichoso- dice al pasar una vecina que quizás haya sido su amante.
Al mediodía comerá algo sencillo y se entregará al silencio de la siesta. Como en tantos lugares, la siesta en Mercedes más que un hábito es una relación de pertenencia. Ya sobre la tarde, se dará de lleno a la charla con todos aquellos que puedan detener sus cotidianos andares para transitar otros caminos. Don José está lleno de historias, y los comerciantes del lugar saben que Don José siempre les cambia los finales. Por eso ya ni se acercan, y les dejan el privilegiado lugar a los transeúntes. Las historias irán y vendrán, al igual que el tiempo.
Y cuando la luz del día, muerta de sueño, permita la llegada de la noche, noche fría en Mercedes, aquella puerta de hierro forjado se cerrará sin llave, y un viaje subterráneo por la memoria irá acunando a Don José. El tiempo es una variable mentirosa, y Dios lo sabe. Es por eso que jamás juega a los dados. Su terreno es el de las matemáticas y no el del azar. Pero el viejo Ansóla es un viejo pícaro, bicho de bichos. Y entre mate y mate, entre charla y charla, y entre tanta vida, le desordena las cuentas permanentemente.