Advertencia

Las páginas que a continuación Usted habrá de leer -si es que aún no se ha inclinado por otra actividad menos presuntuosa- no pertenecen ni a la ficción ni a la realidad. Son páginas que bien podrían haber sido escritas en tiempos pasados pero que, sin embargo, han de escribirse inútilmente más adelante. Son páginas en blanco para ser leías sin afanes ni convicciones. Son un producto desechable, créame.
Pero antes de que se dé a la epopeya de volver a Google, déjeme decirle algo: si Usted puede mirar con ojos de niño como lo hizo alguna vez; si es capaz de aceptar que la vida no es tan mezquina como parece; si tiene la valentía de asumir que la muerte es mentira; entonces, quizás estas páginas puedan decirle algo. Nada revelador, permítame interrumpirlo. En tiempos en donde se ha perdido la posibilidad del sueño, lo último que Usted necesita -creo yo- son revelaciones.
Pero eso sí: podrán hablarle de algunas cosas que me han pasado. Y le prometo que esta charla no tomará mucho tiempo: sólo serán pequeños recortes que me he querido quedar; pequeñas marcas que han de permanecer en mí.
Por lo tanto, le propongo un trato: lea tranquilo y sin pedirme explicaciones. No es una biografía, así que no tendrá motivos para hacerlo. Y no se atormente por la falta de certezas. Esta es una huella que sólo intenta persistir así. Es un intento, nada más.

17 de noviembre de 2007

Anatomía del viaje: capítulo VI


Y yo le digo: ¡Pacha, Pacha, dame plata, Pacha! Y nunca la dejo sin algún licorcito, un poco de quínoa o lo que se pueda. Y la Pacha me da, ¡siempre me da!.
La reserva arqueológica de Las Pailas, cerca de Cachi, es uno de los pocos lugares del Noroeste argentino que aún permanece virgen. Son unas cuantas miles de hectáreas que no han sido saqueadas ni excavadas, y que están -al menos por estos días- bajo el cuidado y la preservación del gobierno de la provincia de Salta.
Mi abuela hablaba quechua y también hablaba cacán. Nunca pudo aprender el castellano; a lo mejor nunca lo quiso. Por lo de los españoles, creo yo. Y me parece que también por miedo a los Dioses del Nevado…
Para llegar a Las Pailas hace falta desviarse un par de kilómetros del camino que va hacia Cachi Adentro, y luego bordear un río casi seco durante algunas horas en auto. Aquellos visitantes que vayan sin un guía nativo tienen por probable destino perderse o aburrirse. El lugar es un gran mapa no para seguir sus indicaciones, sino para decodificarlas si es que se puede.
Sí, es verdad; la de los Incas fue una conquista cultural, ¡pero fue una conquista al fin! No fue sólo un intercambio, como algunos le dicen. ¡Fue una conquista! Y vos sabes que una de las cosas que más me ha quedado gravada en la memoria tiene que ver con la lengua: Cahi, en quechua, significa sal; pero en cacán, la lengua de nuestros antiguos Pulares, significa Tierra Bonita. Y a mí me gusta más así.
La reserva concentra más de cien especies de cardón y tiene una inmensa gama de plantas medicinales. En ella se encuentran también, medio escondidas, las ruinas de las casas en las que vivían los indios de la zona, y que poseen una particularidad que las distingue de todas las demás: su forma es circular y el techo no está totalmente cerrado, lo que hace que se genere un patio abierto en medio de la vivienda.
Esta es una punta de flecha. Está hecha de un material que no me acuerdo el nombre pero que no es de nuestro país. Al parecer, nuestros Indios Pulares realizaban con frecuencia expediciones a Chile para traer esta piedra y construir las puntas de flecha, las hachas de mano y muchos de los instrumentos que se utilizaban para cocinar. Con los Incas llegó el bronce y todo cambió.
Nuestro guía habla despacio pero con buen ritmo. Es un gran narrador. Conoce de memoria la región y sabe las historias que ya no se saben, aquellas que se han perdido con el paso del tiempo y de las lenguas. Es un guía nativo de Cahi. De piel trigueña y con marcados rasgos aborígenes, lleva en su rostro algo del legado de sus ancestros. Así lo dice él. Y así lo lleva orgulloso.
Ya volviendo para el pueblo, algo cansado, accede a cantarnos unas coplas. Mientras repasa mentalmente las letras, afina la voz y se prepara en silencio.
Y así es que nos pasamos el viaje: entre bonitas muchachas y agua de chicha. Y con la Pachamama, cuidando el porvenir.