Advertencia

Las páginas que a continuación Usted habrá de leer -si es que aún no se ha inclinado por otra actividad menos presuntuosa- no pertenecen ni a la ficción ni a la realidad. Son páginas que bien podrían haber sido escritas en tiempos pasados pero que, sin embargo, han de escribirse inútilmente más adelante. Son páginas en blanco para ser leías sin afanes ni convicciones. Son un producto desechable, créame.
Pero antes de que se dé a la epopeya de volver a Google, déjeme decirle algo: si Usted puede mirar con ojos de niño como lo hizo alguna vez; si es capaz de aceptar que la vida no es tan mezquina como parece; si tiene la valentía de asumir que la muerte es mentira; entonces, quizás estas páginas puedan decirle algo. Nada revelador, permítame interrumpirlo. En tiempos en donde se ha perdido la posibilidad del sueño, lo último que Usted necesita -creo yo- son revelaciones.
Pero eso sí: podrán hablarle de algunas cosas que me han pasado. Y le prometo que esta charla no tomará mucho tiempo: sólo serán pequeños recortes que me he querido quedar; pequeñas marcas que han de permanecer en mí.
Por lo tanto, le propongo un trato: lea tranquilo y sin pedirme explicaciones. No es una biografía, así que no tendrá motivos para hacerlo. Y no se atormente por la falta de certezas. Esta es una huella que sólo intenta persistir así. Es un intento, nada más.

22 de septiembre de 2007

Extrañas lejanías


La blanca luz de la sala, casi a la perfección, la determina en toda su figura. La miro fijamente y me pregunto por ella: ¿quién es?, ¿qué hace acá?, ¿por qué es que aún no se ha ido? Desde hace algunas horas camina con apuro y con cierta indecisión. Ella ha advertido mi presencia; sin embargo, por momentos, mi aparente indiferencia la confunde.
Suena el teléfono. Ella me mira. Atiendo y se corta. Lo que ella no entiende es que cuando suena el teléfono y, al atender, se corta, en realidad se cortan muchas cosas: se corta la soga donde tendías la ropa limpia; se corta el rollo y se velan las fotos del bautismo de Mercedes; se corta mi dedo -¿te acordas?- aquella vez que trataba de arreglar la radio, y vos te reías, ¡que lindo que te reías! Pero ella no comprende lo que pasa. Sólo me mira y permanece quieta, a la espera.
Voy a la cocina y tomo el diario de ayer. Vuelvo a la sala. Leo las mismas noticias que leí ayer. No me sorprende (suele ocurrir, al menos en casi todos los casos, que cuando uno lee “hoy” el diario de ayer vuelve a leer las mismas noticias).
Me siento en el piso y enciendo un cigarrillo. Hago aros de humo y pienso. ¿Cómo estarán las cosas? ¿Qué será de algunas cosas? El silencio comienza a molestarme y entonces la miro como invitándola al diálogo. ¡Que frío que se puso ahora, no! Sí, ya sé, anoche igual. Pero, bueno, viste que el tiempo cambia siempre sin preguntar. A lo mejor…Sí, ya sé, como muchas cosas; como muchas cosas que cambian sin preguntar...
El reloj anuncia la llegada de la medianoche. Ahora la miro fijamente y frunzo el ceño. Ella continúa igual, inmutable. Yo no sabía bien cómo era la cosa. Bah, sí sabía, pero, ¡qué se yo! Hay cosas que uno tiene que hacer. ¡No, no te digo a como dé lugar! ¡No! Lo que te digo es que, al final, uno lo hace y punto. Sí, es verdad, uno se prepara y trata de ser lo más cuidadoso posible, pero en el momento te olvidas de todo...
Ahora gira sobre sí y me da la espalda. Ya no me aguanto. El pulso me tiembla y quiero gritar. ¡Te juro que yo no lo sabía! ¡¿Por qué mierda no me crees?! ¿No te das cuenta? ¡Nos estaban matando, nena! ¿Qué, no lo sabías? Sí. Entraban a la noche, a tu casa, te prendían la luz, y con los ojos llenos de odio te pegaban un tiro. Te mataban a vos, a tu mujer, y a tus pibes. ¿Qué carajo querés que hiciéramos? Yo no lo sabía. Nadie lo sabía. No sabíamos que en aquel auto había un bebe. Para cuando lo supimos, la explosión de la bomba había dado paso al llanto, y entonces todos corrimos. Parte de mí murió esa noche. Yo no lo sabía...
Me seco la cara con la manga del suéter y trato de serenarme. La cucaracha, en el rincón de la sala, continúa dándome la espalda. Suena el teléfono y se corta. Hace frío. Estoy solo, en algún lugar, y no puedo pisarla.