Sin miramientos de ningún tipo y en un inglés más que fluido la cámara profiere slow battery, y entonces me dispongo a sentarme sobre unas piedras que parecen haber estado esperándome después de tanto caminar. Desde hace varias horas me siento minúsculo, imperceptible, casi insignificante; como perdido en una inmensidad que todo lo abarca, que todo lo llena. Es una inmensidad colmada de historia y de historias; de gritos de lucha. Lleva un poco más de cuatro siglos tratando de explicar cómo eran las cosas por aquel entonces. Y aún lo intenta.
Meditativo y contemplándolo todo, el Pukará de Tilcara sabe que la Historia no siempre nos ayuda a comprender el presente o a prever el futuro. Más aún: lo hace, sino nunca, muy pocas veces. Pero esta gran fortaleza sabe también que el pasado es un lugar que merece ser transitado, que merece ser habitado en algún momento y de alguna manera. Es por eso que se encuentra en calma: hoy o mañana, y como se pueda, todos hemos de mirar hacia atrás.
Los Incas primero, los españoles después; el irremediable paso del tiempo. Las formas disímiles que asume la percepción encaprichada con lo que se ve y con lo que se esconde. Lo no dicho en todas partes puesto en conversación con lo que se rumorea por ahí. Los diálogos atemporales que no piden permiso. Lo que se quiere saber. Las ansias del conocimiento y sus previsibles fronteras. Mi lugar insignificante, otra vez. Todo sucede de la manera en que debe suceder. Y el cuerpo lo sabe.
A unos minutos de emprender el descenso, vagabundeando junto a dos o tres ideas, trato de comprender si es que parte de mí se ha quedado sentado sobre esas piedras, o si es que algo, al menos algo, de toda esa inmensidad se me ha colgado de los hombros para no bajarse más. No lo sé, y poco importa.
Los viajes dentro del viaje. Los que fuimos al irnos, se hace evidente, no seremos los mismos al volver.
Meditativo y contemplándolo todo, el Pukará de Tilcara sabe que la Historia no siempre nos ayuda a comprender el presente o a prever el futuro. Más aún: lo hace, sino nunca, muy pocas veces. Pero esta gran fortaleza sabe también que el pasado es un lugar que merece ser transitado, que merece ser habitado en algún momento y de alguna manera. Es por eso que se encuentra en calma: hoy o mañana, y como se pueda, todos hemos de mirar hacia atrás.
Los Incas primero, los españoles después; el irremediable paso del tiempo. Las formas disímiles que asume la percepción encaprichada con lo que se ve y con lo que se esconde. Lo no dicho en todas partes puesto en conversación con lo que se rumorea por ahí. Los diálogos atemporales que no piden permiso. Lo que se quiere saber. Las ansias del conocimiento y sus previsibles fronteras. Mi lugar insignificante, otra vez. Todo sucede de la manera en que debe suceder. Y el cuerpo lo sabe.
A unos minutos de emprender el descenso, vagabundeando junto a dos o tres ideas, trato de comprender si es que parte de mí se ha quedado sentado sobre esas piedras, o si es que algo, al menos algo, de toda esa inmensidad se me ha colgado de los hombros para no bajarse más. No lo sé, y poco importa.
Los viajes dentro del viaje. Los que fuimos al irnos, se hace evidente, no seremos los mismos al volver.