Advertencia

Las páginas que a continuación Usted habrá de leer -si es que aún no se ha inclinado por otra actividad menos presuntuosa- no pertenecen ni a la ficción ni a la realidad. Son páginas que bien podrían haber sido escritas en tiempos pasados pero que, sin embargo, han de escribirse inútilmente más adelante. Son páginas en blanco para ser leías sin afanes ni convicciones. Son un producto desechable, créame.
Pero antes de que se dé a la epopeya de volver a Google, déjeme decirle algo: si Usted puede mirar con ojos de niño como lo hizo alguna vez; si es capaz de aceptar que la vida no es tan mezquina como parece; si tiene la valentía de asumir que la muerte es mentira; entonces, quizás estas páginas puedan decirle algo. Nada revelador, permítame interrumpirlo. En tiempos en donde se ha perdido la posibilidad del sueño, lo último que Usted necesita -creo yo- son revelaciones.
Pero eso sí: podrán hablarle de algunas cosas que me han pasado. Y le prometo que esta charla no tomará mucho tiempo: sólo serán pequeños recortes que me he querido quedar; pequeñas marcas que han de permanecer en mí.
Por lo tanto, le propongo un trato: lea tranquilo y sin pedirme explicaciones. No es una biografía, así que no tendrá motivos para hacerlo. Y no se atormente por la falta de certezas. Esta es una huella que sólo intenta persistir así. Es un intento, nada más.

5 de marzo de 2008

Reflexión post olvido


Presuroso el hombre, dijo adiós y se fue
como quien dice basta

y de inmediato el espejo rió en lágrimas
-sarcasmo inevitable del reflejo-
y la foto por sacar se veló sin colores

y me quedé parado, sin saber, sin poder,
y creí por un instante ser él,
y sentenciosamente
sonreí cómplice de la copia

y pasaron desde entonces nueve inviernos
y quizás más frío del esperado

y fumando me silencie en él
bocanada espesa en esta cobarde meditación
y carajo cuanto me duele este silencio

y algunas mitologías...
que según entiendo hablan
de lo mismo

cuento hasta nueve y enciendo la herida

es necesario sentir que sigo vivo
sin tenerlo

Presuroso el hombre, dijo adiós y se fue
como quien dice quédate.

Poquito a poco


Entre común o box
yo elijo siempre
afrontar la nostalgia...

Fumar en pausa
el negativo de algún recuerdo
que no habrá de velarse
jamás/
que no será reprimido
por el olvido/
por la insensatez/
ni por los bibliotecarios
de derecha...

porque
poquito a poco/
algo he aprendido:
las ciudades son inciertas/
desafiantes in situ/
pero siempre habrá un lugar
donde ampararse/
donde calmar
ésta necesidad despiadada
de pequeño poeta/
de redemption song/
de casi nada...

porque Dios o Jack Daniels/
sólo se diferencian por la escala social/
por el frío de la baldosa/
o la tibieza del parqué/
o por poco menos...

pero nada me impide
volver al génesis/

me compro un chupetín
y pateo ésta calle que tanto
ha sangrado/
como Seferino/
mi destino es vagamente incierto/
un manojo de pulgas
en el bolsillo/
una ilusión/
un reloj de arena/
que no podrán detener.

17 de noviembre de 2007

Anatomía del viaje: capítulo VII


Atrás han quedado Molinos, Angastaco, San Carlos y Animaná. Una serie de pueblitos de aspecto colonial en donde la vida transcurre de igual modo todos los días, y en donde su gente ha de quedarse para siempre. Son lugares muy pequeños y de gran belleza; casi todos iguales. Lugares en donde no hay turistas y a donde uno llega casi sin querer.
Hace largas horas que la ruta cuarenta nos lleva sin pausa y con bastante prisa. Somos catorce viajeros en una camioneta modelo sesenta, algo estropeada, amontonados entre mochilas y bolsas de dormir; entre mates amargos y algunas empanadas de carne con quínoa. Estamos contentos. Hay buena charla y el día es espléndido.
A uno de los costados del vehículo, medio escondida entre tantos bártulos, mi compañera es la primera en advertirlo. La veo abrir grande los ojos y señalar con el dedo. Inmediatamente y por el asombro que demuestra, giramos la cabeza y miramos hacia adelante. Es algo único, pocas veces visto.
Boquiabiertos y balbuceando uno encima del otro comenzamos a preguntarnos si alguien sabe qué es lo que estamos viendo. Es la Quebrada de las Flechas, esputa el conductor de la chata con una naturalidad que nos deja pasmados. Y agrega mientras se ríe: tiene esa forma porque al viento le gusta bailar.
Estamos estupefactos. Son algo más de mil metros de formaciones rocosas de color gris verdoso; con picos filosos y puntiagudos, apoyadas unas sobre otras a cuarenta y cinco grados, y que apuntan al cielo. Parecen flechas, en verdad.
Faltan sólo un par de kilómetros por la ruta cuarenta para llegar a Cafayate. Ahí estaremos unos cuantos días recorriendo viñedos y saboreando el torrontés. Ahí estaremos unos cuantos días de viaje dentro del viaje.

Anatomía del viaje: capítulo VI


Y yo le digo: ¡Pacha, Pacha, dame plata, Pacha! Y nunca la dejo sin algún licorcito, un poco de quínoa o lo que se pueda. Y la Pacha me da, ¡siempre me da!.
La reserva arqueológica de Las Pailas, cerca de Cachi, es uno de los pocos lugares del Noroeste argentino que aún permanece virgen. Son unas cuantas miles de hectáreas que no han sido saqueadas ni excavadas, y que están -al menos por estos días- bajo el cuidado y la preservación del gobierno de la provincia de Salta.
Mi abuela hablaba quechua y también hablaba cacán. Nunca pudo aprender el castellano; a lo mejor nunca lo quiso. Por lo de los españoles, creo yo. Y me parece que también por miedo a los Dioses del Nevado…
Para llegar a Las Pailas hace falta desviarse un par de kilómetros del camino que va hacia Cachi Adentro, y luego bordear un río casi seco durante algunas horas en auto. Aquellos visitantes que vayan sin un guía nativo tienen por probable destino perderse o aburrirse. El lugar es un gran mapa no para seguir sus indicaciones, sino para decodificarlas si es que se puede.
Sí, es verdad; la de los Incas fue una conquista cultural, ¡pero fue una conquista al fin! No fue sólo un intercambio, como algunos le dicen. ¡Fue una conquista! Y vos sabes que una de las cosas que más me ha quedado gravada en la memoria tiene que ver con la lengua: Cahi, en quechua, significa sal; pero en cacán, la lengua de nuestros antiguos Pulares, significa Tierra Bonita. Y a mí me gusta más así.
La reserva concentra más de cien especies de cardón y tiene una inmensa gama de plantas medicinales. En ella se encuentran también, medio escondidas, las ruinas de las casas en las que vivían los indios de la zona, y que poseen una particularidad que las distingue de todas las demás: su forma es circular y el techo no está totalmente cerrado, lo que hace que se genere un patio abierto en medio de la vivienda.
Esta es una punta de flecha. Está hecha de un material que no me acuerdo el nombre pero que no es de nuestro país. Al parecer, nuestros Indios Pulares realizaban con frecuencia expediciones a Chile para traer esta piedra y construir las puntas de flecha, las hachas de mano y muchos de los instrumentos que se utilizaban para cocinar. Con los Incas llegó el bronce y todo cambió.
Nuestro guía habla despacio pero con buen ritmo. Es un gran narrador. Conoce de memoria la región y sabe las historias que ya no se saben, aquellas que se han perdido con el paso del tiempo y de las lenguas. Es un guía nativo de Cahi. De piel trigueña y con marcados rasgos aborígenes, lleva en su rostro algo del legado de sus ancestros. Así lo dice él. Y así lo lleva orgulloso.
Ya volviendo para el pueblo, algo cansado, accede a cantarnos unas coplas. Mientras repasa mentalmente las letras, afina la voz y se prepara en silencio.
Y así es que nos pasamos el viaje: entre bonitas muchachas y agua de chicha. Y con la Pachamama, cuidando el porvenir.

Manual de utilidades


Como posibilidad y como condición, como esperanza y también como caos. Como lo que da vida; como lo que mata, y como lo que también marchita. Como aquello que nunca se termina de ir, y como aquello que tampoco acaba por llegar. Como justificación y como protesta; como lo que se puede, lo que se quiere y lo que debiera un poco más seguido. Como llanto y como angustia…
El tiempo sin tiempo. El tiempo para poder ser y para dejar de serlo. El tiempo perdido, el que vendrá. El tiempo hecho carne y consumido en cenizas. El tiempo para la poesía y también para la guerra.
El tiempo pesado, pisado, sufrido, tergiversado, manipulado, degradado, mutilado, ametrallado…cansado.
Quizás por el olvido, o quizás por el perdón. Quizás fue por el encierro. Quizás se trataba de quedarse un poco y de no irse tanto. Quizás yo, o quizás no. Quizás mañana, en un tal vez que te conoce bastante. En fin. Poco más, poco menos, y entre tanto dicho: el tiempo todo el tiempo, a la espera pero con prisa.