
Y yo le digo: ¡Pacha, Pacha, dame plata, Pacha! Y nunca la dejo sin algún licorcito, un poco de quínoa o lo que se pueda. Y la Pacha me da, ¡siempre me da!.
La reserva arqueológica de Las Pailas, cerca de Cachi, es uno de los pocos lugares del Noroeste argentino que aún permanece virgen. Son unas cuantas miles de hectáreas que no han sido saqueadas ni excavadas, y que están -al menos por estos días- bajo el cuidado y la preservación del gobierno de la provincia de Salta.
Mi abuela hablaba quechua y también hablaba cacán. Nunca pudo aprender el castellano; a lo mejor nunca lo quiso. Por lo de los españoles, creo yo. Y me parece que también por miedo a los Dioses del Nevado…
Para llegar a Las Pailas hace falta desviarse un par de kilómetros del camino que va hacia Cachi Adentro, y luego bordear un río casi seco durante algunas horas en auto. Aquellos visitantes que vayan sin un guía nativo tienen por probable destino perderse o aburrirse. El lugar es un gran mapa no para seguir sus indicaciones, sino para decodificarlas si es que se puede.
Sí, es verdad; la de los Incas fue una conquista cultural, ¡pero fue una conquista al fin! No fue sólo un intercambio, como algunos le dicen. ¡Fue una conquista! Y vos sabes que una de las cosas que más me ha quedado gravada en la memoria tiene que ver con la lengua: Cahi, en quechua, significa sal; pero en cacán, la lengua de nuestros antiguos Pulares, significa Tierra Bonita. Y a mí me gusta más así.
La reserva concentra más de cien especies de cardón y tiene una inmensa gama de plantas medicinales. En ella se encuentran también, medio escondidas, las ruinas de las casas en las que vivían los indios de la zona, y que poseen una particularidad que las distingue de todas las demás: su forma es circular y el techo no está totalmente cerrado, lo que hace que se genere un patio abierto en medio de la vivienda.
Esta es una punta de flecha. Está hecha de un material que no me acuerdo el nombre pero que no es de nuestro país. Al parecer, nuestros Indios Pulares realizaban con frecuencia expediciones a Chile para traer esta piedra y construir las puntas de flecha, las hachas de mano y muchos de los instrumentos que se utilizaban para cocinar. Con los Incas llegó el bronce y todo cambió.
Nuestro guía habla despacio pero con buen ritmo. Es un gran narrador. Conoce de memoria la región y sabe las historias que ya no se saben, aquellas que se han perdido con el paso del tiempo y de las lenguas. Es un guía nativo de Cahi. De piel trigueña y con marcados rasgos aborígenes, lleva en su rostro algo del legado de sus ancestros. Así lo dice él. Y así lo lleva orgulloso.
Ya volviendo para el pueblo, algo cansado, accede a cantarnos unas coplas. Mientras repasa mentalmente las letras, afina la voz y se prepara en silencio.
Y así es que nos pasamos el viaje: entre bonitas muchachas y agua de chicha. Y con la Pachamama, cuidando el porvenir.